En un post de hace unos días hablaba brevemente al respecto de lo que yo denomino "mi primer vino consciente". Era en este texto en el que, una vez mas, trataba de pasar a negro sobre blanco unas sensaciones y sentimientos que es imposible poner por escrito. Bueno, no sé si es imposible. Es imposible para mi, que no sé escribir. A lo mejor Arthur Miller si sería capaz. O Dalton Trumbo. Tengo especial predilección por los guionistas de cine metidos a novelistas, y viceversa, porque su modo de trasladar al papel las sensaciones humanas mas primitivas es parecida al mio. El modo de hacerlo, digo. El resultado ni se acerca.
Trumbo es el autor de "Johnny cogió su fusil", un alegato antibelicista de los mas bellos que se han escrito y trasladado a la pantalla con maestría por el propio autor y con Timothy Bottons y Donald Sutherland en los papeles estelares. Para quien aún no haya visto la película o leído el libro (cualquiera de las dos cosas debería ser obligatoria) la historia va de un soldado, Johnny, herido por una explosión durante la Primera Guerra Mundial, donde pierde todas sus extremidades, y los sentidos de la vista, el oído, el olfato y el gusto. Reducido a un torso viviente, y aislado casi completamente de la realidad, rememora sus recuerdos más importantes, hasta que se ve incapaz de distinguir la realidad de la fantasía. Años después consigue comunicarse con los médicos y generales por Código Morse, moviendo la cabeza hacia delante y hacia atrás. La película termina muy mal, con Joe cantando "S.O.S. Help me" y con su cuerpo inútil e inmovilizado abandonado en un almacén y conservado únicamente para el estudio y el avance de la medicina.
Lo realmente complejo de todo esto es que en el libro Trumbo logra transmitir a quien lo lee las sensaciones de alguien totalmente destrozado. Alguien que nunca, jamas, será ni estará ni sentirá, mas allá de lo que su propia mente es capaz de generar en base a sus recuerdos. Y repasando los míos me doy cuenta de que esto del vino, las copas, los aromas y demás sensaciones no es mas que un reflejo íntimo de quienes fuimos o somos hoy, en relación a quien éramos cuando tomamos o descubrimos por primera vez aquel vino. El vino es un ancla que nos engancha a nuestros mejores (o peores) recuerdos. Y, como si de una especie de lastre nostálgico se tratase, nos obliga.
Este Solar de Líbano del 95 es, para mi, la felicidad. Ignoro su estado actual y quiero agradecer especialmente a Jabier Marquinez que haya tenido la deferencia de enviarme una de las escasísimas botellas que quedan en bodega. Pero, sea cual sea su estado, este vino es para mi el garante de la frase "hubo tiempos mejores".
No se si se me entiende cuando escribo. Tengo un estilo, el mío, que sé que hace difícil seguir mi razonamiento y en numerosas ocasiones soy farragoso o difícil para quien no sepa de que va todo esto. Es por ello por lo que dudo mucho que, mas allá de un circulo concreto que lleva siguiéndome años a través de esta bitácora o de otros lugares donde he escrito, se comprenda en realidad a que me refiero cuando expreso mi opinión.
Digo que, si mañana un accidente me postrase de por vida en una cama sin manos ni piernas, ciego, sordo y mudo, mis recuerdos serían para mi mujer, mi hijo y el vino. El vino como vehículo hacia mis pocos y bien medidos amigos, el vehículo hacia la pasión y el amor, hacia la desilusión y el cansancio, hacia la frustración o el éxtasis. Digo que si mañana fuese un vegetal, me acordaría de mis vinos. Me acordaría de este Solar de Líbano, de la Malvasia de 2005 de Abel Mendoza, del Dorado de 2000 del pasado sábado, de El Carro de 2010 de Rafa o de un Tempiere Bandol de 2001.
Son vinos que recordaré, con otra larga lista, porque se asocian a momentos en los que pude decir que era feliz. Feliz en términos relativos, como es la autentica felicidad. Feliz porque si, porque la gente que quería me acompañaba en situaciones de especial felicidad, en momentos de serenidad en la tormenta o mientras mi cabeza me daba tregua y me permitía asimilar los hechos ciertos de cada día.
Son vinos que me transmitieron cosas mas allá de si estaban ricos o no. Vinos de los que uno se acuerda siempre y que vienen a la memoria asociados a un recuerdo vívido de cariño, de celebración, de alegría. Uno de esos recuerdos que no necesitas esforzarte en volver a tener si lo necesitas.
Escribo todo esto hoy porque me parece justo decir que estoy disgustado y que me siento mal. Creo que hay cosas en las que me equivoco, pero creo qué la que motiva mi desazón actual, unión de varias desilusiones, no era merecida. Las personas y sus actos suelen ser amalgama de malentendidos humanos propiciados, en el 99% de los casos, por una mala comunicación. Uno no dice, otro no sabe, el otro no entiende y al final se genera el malentendido. Creo, además, que por mucho que creamos que los medios de comunicación a distancia a nuestro alcance son estupendos y suficientes, no es así. Por escrito somos pésimos, el teléfono "es muy frío" como decía la canción, y solo en persona es cuando uno sabe que, de verdad, lo que le están diciendo o lo que dice significa realmente lo que las palabras dicen que significa. Y a veces ni así.
Es por ello por lo que mi frustración es una y no excesiva, si no se uniesen otros factores. Son momentos duros, llevan siéndolo ya un tiempo y la verdad es que uno siente que cualquier pequeño vaivén cotidiano lo desestabiliza todo y hace grandes los daños pequeños y pequeños los grandes agravios. Y lo malo de ser feliz por momentos de minuto y medio es que son viciosos. Uno quiere ser así mas veces y entonces ocurre algo, tal vez nimio y sin importancia, que lo jode todo.
Y cuando eso pasa no hay un buen vino que lo arregle...o si, pero no lo puedes beber.
Busco y rebusco, en un oculto lugar de mi memoria, hechos que me hagan sentirme bien y razonar, como Jabier Marquinez al leer mi post de hace unos días, que hubo tiempos mejores, cuando los riojas eran vinos sensatos y llamados a crecer y no mastodontes de lomo negro, pesados y grandilocuentes. Busco aquel tiempo en que me bebí un Bandol y pensé "vaya, diez años son pocos para este vino", y pensé en tormentas y borrascas y en su belleza íntima y salvaje. Busco aquel día en que, tomándome una Malvasia de 2005 con un bacalao en la Playa de a Menduiña con el bueno de Antonio Torrado descubrí el valor de las cosas pequeñas que cuestan solo una buena conversación y el placer de hablar de vino. Busco mi memoria de un El Carro de 2010 mientras pensábamos en como se llamaría Jose Manuel y en si sería bueno, si sería listo y guapo como su madre o cabezón y feo como su padre. Y pienso en ese Marcial Dorado de 2000 y en las grandes noticias que te lanza oleadas de bondad humana de quien no tiene porqué pero es tu amigo a fuego y espada, en la distancia y desde el corazón.
Gestionar tu propia frustración es una profesión difícil e ingrata. La desilusión perpetua de tu fracaso y hacer este inherente a tu persona es solo cuestión de un descuido, aquel que una vez cometiste y que te persigue. Pero no para siempre.
No para siempre. Repítelo, "no para siempre".
Algún día volverán los buenos vinos....perdón, los buenos tiempos. Quizá.
Fotos: de mi autoría, de Joan Gomez en su blog (El Carro) y en Instagran.
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