Estaba leyendo estos días
sobre esto que escriben Terroaristas y me ha dado por pensar (que miedo, ¿eh?)
Pensaba en lo profundo y difuso del debate que se abriría en un mundo como el enofriki si me daba por hablar de excelencia y nombraba un vino. Tantos a favor, tantos en contra, tantas abstenciones. Defender a un enólogo, elaborador o vino se ha convertido en pura táctica. Uno dice que le gusta el vino, pero no si mucho o poco, dice que le agrada lo que hace el viticultor, pero no que cosa concreta ni en que medida y finalmente afirma que le parece buen vino, pero no para que precio o segmento comercial. Profundizar, posicionarse, es llamar a la crítica desaforada o al forofismo exacerbado. Y hay muchos que no estamos para esto ya.
Esto entronca directamente con la figura del troll profesional (o "hater", en la nomenclatura actual) que vive agazapado en Twitter y Facebook para criticar cosas cuando las cita alguien a quien no teme. Me encantaría, y lo digo sin ánimo de revancha, que cuando Peñín dice algo hoy defendiendo, por ejemplo, el "radicalismo" el número de críticos (con nombre y apellido ) fuese al menos el mismo que cuando alguien anónimo o sin peso en el mundo enofriki dice algo que alabe o simplemente no critique a alguien como Raúl Pérez.
Publica Luis Díaz
en su especial de vinos mensual una interesante entrevista con el enólogo berciano. No seré yo (ya lo he hecho otras veces) quien se lance al cuello de Raúl Pérez ni quien considere su "venida" la octava profecía. Creo sinceramente que lo que el hace otros lo hicieron antes, pero no en Galicia y no de la forma que el lo hace. Y, añado, si alguien ha hecho algo mejor debería revisar de que modo lo publicitó, a quien se lo contó y tratar de entender porqué su trabajo, más novedoso que el de Pérez, no fue objeto de ninguna atención.
Yo no creo que el Branco Lexítimo lo acabe de descubrir Raúl Perez (ni, ya puestos, Luis Gutiérrez-Parker hace 6 meses. Por cierto, no leí a nadie molesto por aquel advenimiento de la alvarín eh), tampoco creo que el lo piense. Pero está claro que lo que ellos hacen obtiene una mayor notoriedad que lo que otros hicieron antes así que, ¿por qué?. Raúl Perez, Telmo Rodríguez o Álvaro Palacios hacen vino, igual que lo hacen Alberto Nanclares, Fernando "Algueira" o Rodrigo Mendez. En algunos casos, alguno de ellos ha recibido la ayuda de otros para poner en marcha proyectos que hoy son una realidad indiscutible. ¿Acaso sería igual Rodri Mendez y sus vinos hoy sin la influencia de Raúl Perez?...bueno, el dice que no. El dice que Raúl es crucial en su recorrido y habla desde el corazón (o eso parece al menos). Fernando "Algueira" quizá piense de modo distinto. A fin de cuentas, antes de Raúl ya hacia Mencía y no estaba nada, nada mal. Pero...¿cual sería la actitud de Fernando sin Raúl a la hora de elaborar otros tintos?. Algueira no hacia merenzao hasta hace unos años....si Raúl no hubiese aparecido, ¿lo habría hecho igualmente?. ¿Existiría Madialeva, esa extraña garnacha, sin el impulso previo de Raúl a que Fernando plasmase en su viñedo aquello que compartieron sobre la viticultura y su importancia en el resultado final?.
Nunca lo sabremos.
La excelencia. Es una bella palabra, vacía de contenido para el mundo del vino más allá de lo evidente. No hay vinos excelentes ni excelencia en el trabajo si no existe alma. Sin alma el vino no es nada. Agua y otros componentes. El alma que hay tras las cosas lo es todo cuando la diferencia entre unas y otras no existe más allá del márketing y la publicidad. Ahora bien, ¿quien necesita la excelencia?. Raúl Perez ha superado hace tiempo a Raúl Perez. Lo adelantó a toda velocidad camino de los EE.UU. "Parkerianos", a bordo de un El Pecado desbocado. Raúl adelantó a Rodri hace meses, sumergido en su propio mito, ese que dice que vio el viñedo de Pedro "Guímaro" Rodríguez desde una pista y se lanzó a por el como si no hubiera un mañana. Y tras esto, El Pecado y La Penitencia.
Raúl es inmortal más allá de Raúl y más allá del personaje. Hace mucho que no necesita a nadie, a nadie. No nos necesita a ninguno, quizá solo a si mismo. Por eso no concede entrevistas, por eso solo hace vino donde y cuando quiere. ¿El dinero?. Por supuesto, ¿a caso los que critican su éxito trabajan gratis?. A mi particularmente no me molesta que alguien gane dinero trabajando, sea mucho o poco. Me fastidia no ganarlo yo, pero que lo gane Raúl o quien sea me da lo mismo. Lo que me jodería sobremanera sería que lo ganase como las DOs...dinero público fruto de admitir que las cosas son gratis, cuando no es así.
En estos días, antes de un nuevo ciclo abstemio de incierto final (salvo por una breve pausa) he podido probar cosas. De entre esas pruebas, hace unos días pude al fin probar los renombrados "Fedellos do Couto". Y, dejando a un lado que no creo que sean malos vinos, he sufrido una extraña epifanía que quiero compartir con vosotros. Porque, tras probar tres blancos y tres tintos, y gustándome el Dona Branca 2015 y el Cortezada 2014... no encuentro motivos para la enorme expectación despertada por unos y otras. Es vino, no está mal...pero nada más. Al menos a mi no me ha parecido que se estuviera descubriendo nada que no haya probado ya docenas de veces en Ribeira Sacra y en algún Monterrei y Valdeorras de nuevo cuño. Tampoco he notado matices que me hagan pensar en una evolución que lo cambiaría todo así que, ¿a santo de que tantos cohetes y fuegos de artificio?. ¿Que es eso que yo no veo y otros si?.
Quizá la excelencia sea esto. Hacer vinos como una minoría pero sin que parezcan minoritarios.
Poco hay ya que me interese de verdad. No soy de novedades porque si, más bien prefiero el regocijo de lo conocido, como cuando paso por donde Xurxo y pruebo. Pruebo y repruebo y me extasio en la evolución de esos seres vivos que tiene ahí encerrados en acero y madera. Bichos con alma que te dicen "seré mejor cada día" o "no hay nada que hacer, este año estoy bajo". Cosas así sentí con un El Pecado de 2007...¿que no fue barato?, pues claro que no. Resulta que, en un mercado capitalista, a Raúl Perez le pagan más por sus vinos. Vaya, tremenda sorpresa. Estoy alucinando. Un producto escaso con gran demanda adquiere un precio exorbitado. Quien lo iba a decir, ¿eh?
Entiendo que haya quien, deslomándose en su viña, cargando a mano la vendimia y tras elaborar tintos de similares características, pasarlos por madera y dejarlos reposar, deba venderlos a menos de la mitad de lo que cuesta una botella de El Pecado y diga: "pero que cojones!!".
Lo que tal vez debería preguntarse este buen hombre, al tiempo que se mosquea, es si hace lo que debe después de terminado, etiquetado y empaquetado su vino. Porque creo recordar que, hasta la llegada de Perez y compañía, una cata pública a fondo perdido (o casi) en este país era una anécdota. Me parece, quizá me equivoque, que antes de 2000, no se realizaban en España más de una docena de salones de vino con ánimo comercial (no hablo de fiestas y "enchentas" de exaltación) y de exhibición del producto. Y tengo la impresión de que es muy cómodo hacer vino, embotellarlo, y que otro se preocupe después de venderlo botella a botella, como se vendían los vinos de Raúl Perez antes de que fuese "Raúl Perez". Y muchos los vendía el. En persona. Yo lo he visto y es un crack....en eso también, si.
Quizá eso sea la excelencia. Ser polivalente y transparente a los críticos. Ser capaz de sobreponerte al drama familiar y aceptar que la vida sigue y las viñas no esperan. Entender que tu manera de hacer las cosas se está quedando vieja nada más nacer y que debes renacer, evolucionar. Hacer más vinos diferente en lugares desconocidos para el gran público. Tu especialidad.
La excelencia es la Emoción. Es la Emoción, no le deis más vueltas. O la tenéis o no la tenéis. O la aceptas o estas perdido. Emocionar es estar dispuesto a admitir que estamos aquí por la pasta, que no somos ricos y que hay dos maneras de hacer esto, desde la responsabilidad o en ausencia de escrúpulos. Y uno elige bando, a veces de forma inconsciente, y adelante. Lo demás es enredar y debatir chorradas.
El vino se hace para vender y beber. En este orden. Y los vinos que se venden son del mundo, para el mundo, que los bebe y dicta sentencia. Unos gustan y otros no, y no hay, repito no hay, análisis sensorial, informe técnico ni doctrina enológica que diga que uno es mejor que otro, por mucho que se empeñe nadie. Y llegar primero tampoco garantiza nada. Uno hace vino y luego es juzgado. O sale o no sale, más allá de si está bien, mal o regular. O de si es excelente, según algún canon establecido. De hecho, si algo acerca al concepto de "arte" hacer vino es la imprevisibilidad de su calidad final. Establecidos unos criterios mínimos un vino es un buen vino o un gran vino sola y exclusivamente por el juicio de los que lo beben. Juicio libre, a ciegas, manipulado o no. Y si una mayoría quiere vino con acideces disparadas eso se venderá. Y si quiere maderazos indecentes eso es lo que gustará. Esa será la excelencia.
Y, o se está o no se está. Raúl, Telmo, Alvaro, ellos están. Y otros podrán criticar, incluso con razón, que son solo humo. Pero mientras los critica ellos seguirán estando y los críticos no. Es un hecho.
"Tengo un alma, o la tenía", cantaba Alejandro Sanz. Grandísima frase para entender la excelencia.