viernes, 18 de mayo de 2018

Epílogo

Esta no es una petición de auxilio.

Los más cercanos saben que me cuesta horrores escribir. Lo que antes era ligereza y espontaneidad hoy es duro trabajo y sufrimiento. Me cuesta hasta el punto de que este texto de hoy, el último probablemente, me ha llevado 3 meses terminarlo. Así son las cosas chicos y chicas. Y nada va a hacer que eso cambie.

Padezco depresión y ansiedad diagnosticadas desde hace ya 5 años. Mi cuerpo (un cabronazo) tiende a somatizar el estrés y sus consecuencias son múltiples y variadas; inflamación en articulaciones, dolor difuso en piernas y brazos, dolor crónico en espalda y cuello y unas enormes ganas de no levantarse de cama ni para ir a mear. Es lo que hay y en esta guerra llevo ya mucho tiempo. Y soy duro de pelar. Así que aún está por decidir el resultado final de esta lucha sorda y oscura entre yo y yo mismo.

Sea por estas razones o por otras, el hecho es que me drogo con cierta asiduidad. Fluoxetina, Naproxeno, Benzodiazepinas varias, Oxicodona y por supuesto Paracetamol e Ibuprofeno...  la verdad es que controlo un huevo. Y estoy en marcha, que es básicamente de lo que se trata. Pero, obviamente, eso tiene un coste. El coste es múltiple, es duro y variado y no tiene muchos flecos en los que colgarse. Me duele menos si me medico, y me duele más si no lo hago pero, cuando no lo hago, puedo permitirme escribir cosas como esta. Y si me medico no, ni de coña. Además está el hecho de que a mis 43 años no me apetece un carajo ser un invalido mental. He descubierto que mi cerebro es capaz de trabajar en baja frecuencia si me limito a un único tema. Por ejemplo, si solo pienso en cerrajería. Si mi cabeza se centra únicamente en puertas, cerraduras, bombillos, portales, mandos... todo es mucho más sencillo. El Louzán multitarea está sobrevalorado y mi cabeza no da. No da.

Otra de las consecuencias es que en periodos de medicación no bebo nada en absoluto. Nada. Agua por hectolitros y nada más. Desde Navidad no hay vino en mi vida y eso, que queréis que os diga, es una puñeta. Los motivos para seguir adelante se reducen y eso no suele ser bueno, en opinión de mi psicóloga. Así que me aferro, como Di Caprio en Titanic, a un madero que flota. Pero en el Atlántico norte hace un frío del carajo en Abril y ya casi no me siento de cintura para abajo. Leo en Facebook y Twitter la opinión experta de personas entregadas al hedonismo, al vino y a la comida y yo, desde la ruina, las leo como ecos distantes de un tiempo distinto, anterior, pero no mejor ni peor. Un tiempo ajeno. Y me pregunto, en ocasiones, de que coño están hablando. Pero luego se me pasa y me pregunto que pretendía yo participando de algo que ni entiendo ni comparto.
El vino es para los ricos y famosos, amigo. Para los que se lo pueden permitir, por cartera o por salud, o por tiempo. No es para mi, está claro. Quizá nunca lo fue.

Estas líneas no pretende ser un epitafio para un blog que me aportó sobre todo la amistad de personas excepcionales que, de otro modo, nunca habría conocido. He intentado cerrar el blog en varias ocasiones, la última hace unas semanas, a la vista de que concluir este texto me costaba horrores. Pero no he podido. No soy capaz.

Es por ello que creo que debo dejarlo aquí, a la deriva, tal que Tom Hanks a Wilson en el inmenso  Pacífico, esperando a ser condenados o indultados por un Dios vengativo. Y ya no doy más. Espero que mi último brote de imaginación en la inexorable espiral destructiva de mi cerebro os sirva. Espero que a algunos os llegue y a otros simplemente no os resulte banal. Y, al fin, la dejéis morir como se merece. Como el vikingo en su barca funeraria, ardiendo sobre el mar...

“ Y he aquí que veo a mi padre. He aquí que veo a mi madre, a mis hermanas y mis hermanos. He aquí que veo el linaje de mi pueblo hasta sus principios. Y he aquí que me llaman, me piden que ocupe mi lugar entre ellos, en los atrios del Valhalla, el lugar donde viven los valientes para siempre.”



Adiós chicos y chicas. Sed buenos.