No sé si habéis visto "La la Land". Yo si la he visto. Es extraordinaria.
Entiendo que hay un sin número de elementos avocados a la lectura de esta infraescritura a la que me acojo en ocasiones que creen, a pies juntillas, que la tal película no es más que una ñoñería sin sustancia, otro ejercicio del Hollywood más lamentable, pastelero, llorón y vergonzoso. Un musical, por resumir.
Y los entiendo.
Existen, a ciencia cierta, dos tipos claros de seres humanos. Están los que se conmueven y los que no. Los que lloran y los que no. Los que están dispuestos a sufrir por hechos inciertos y nada prácticos, y los que no. Están quienes entienden "La La Land", "Arrival" o "The Martian" y los que no. La esencia oculta de las cosas está...eso, oculta. Y solo cierto tipo de espíritu emite en la misma onda que ciertas películas, series o libros. O música.
Están quienes se conmueven con esto....y los que no.
Este sábado ha sucedido un hecho noticiable, hablando de música. Resulta que, tras décadas de travesía del desierto, por primera vez Eurovisión lo ha ganado una canción. No un ejercicio de fuegos artificiales, una "performance" u otra casta de ejercicio visual para telespectadores con deficit de atención, no. Ha ganado una canción interpretada por un cantante. Sin más. Esta.
Y es extraordinario.
Hay personas que tienen, por su condición, un don extraordinario. Son los Pavarotti, los Messi, los
Einstein o los Rembrand de sus respectivas áreas de actuación. Gente extraordinaria a niveles extraordinarios. Gente como mi madre. Capaz de educarnos a mi y a mi hermana sin mayor destrozo ni enmienda. Gente como mi mujer, Mari, capaz de soportarme en mi neuras, en mi ausencia y en mi presencia. Gente como mi amigo Piki, que cree aunque la realidad le obligue a descreer, o como Mariano, que se empeña, o como Carlos, que no duda.
Ese tipo de gente extraordinaria no abunda, no creáis; "Brindo por aquellos que sueñan, Locos, como quizá parezcan, Brindo por los corazones rotos, Brindo por el desastre que hacemos". El mundo en el que malvivimos se come a los soñadores. Los devora. Son escoria, gente que salta la valla sin permiso, que no medita, que vive y transita por impulsos de fe descontrolada. Gente peligrosa esos soñadores. "Eliminadlos". Uno la emprende a soñar y luego respira hondo y descubre a sus 42 años, cargado de deudas, con mujer y un hijo, que ya no puede saltar la valla. Que, por mucho que uno se empeñe, soñar es ya delito. Y algo propio de imbéciles...
Y luego, ves "La La Land" ("Ciudad de las estrellas, brillas solo para mi?"). Y entiendes que tú no eres más que otro Ryan Gosling, enamorado sin medida de un sueño imposible y utópico. Si, las dos cosas. Y que solo te queda tocar tu piano en soledad y esperar a que ella, por error, vuelva a entrar en tu local para, una vez más, poder tocar esa canción. Esa que resume en minuto y medio nostalgia, amor, emoción y sueño. Solo otro embaucado por la soledad propia del soñador empedernido. Tu.
Soñar en tiempos de guerra es un don. Un don extraordinario. Apreciemos el don que nos rodea y demos gracias, si así fuese, por su existencia. Y luego, asumamos que ya nunca más saltaremos esa valla. Que soñar es de insensatos. Que "las vueltas dan mucha vida", como leía este día en un anuncio, y que ya toca descansar.
"Ella me dijo:
"Un poco de locura es la clave
Para ver nuevos colores.
¿Quién sabe a dónde nos llevará?
Es por eso que nos necesitan"
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