miércoles, 23 de julio de 2014

La evolución positiva.


Me da estos días por recordar los primeros albariños que probé con conocimiento de causas. Corría el año 2002 (inciso; no se trata de que no hubiese probado albariño alguno antes de esa fecha pero creo que fue por ahí cuando lo hice con actitud crítica y atención al detalle) y recuerdo perfectamente que albariño era y que pensé de el. No se trata de ningún alarde, lo tengo apuntado.

Ese primer albariño consciente era un Condes de Albarei de 2001. Un vino común del que anoté "definitivamente, no me gusta el albariño". Esa máxima es muy de mi estilo. No se trata de ser superfluo o banal, es que realmente cada vez que bebía albariño mi desafección hacia los vinos blancos era mayor. Ese primer contacto a sabiendas fue muy anterior a mi verdadera inmersión en el universo vino, años antes de entender de la existencia de múltiples niveles y filosofías a la hora de elaborar vino. Pero yo creo muy reveladora la sensación, ahora que recupero alguna de aquellas primitivas libretas.


Mi opinión al respecto de los vinos a partir de albariño ha cambiado profundamente. Lo hizo después de gloriosas botellas, Leirana y los Goliardos, Tricó, Albamar, Nanclares, Pico das Penas, los primeros Baladiña... La evolución del vino se percibe al paso de una década pero un twitt de estos días de Toni Onsalo me ha devuelto a un tiempo, no se si mejor o peor, donde todo era novedad y evolución hacia adelante.

Los primeros Zárate con crianza en deposito de acero ("Tras da Viña") de mas de 20 meses, aquel Añada de Baladiña de 2002, tan melifluo como desesperante, los Contraaparede. Todo era artesanía,10.000, 5.000, 3000 botellas de cada.

Vinos exclusivos por incomparecencia. Rías Baixas es, a la vista de los hechos, uno de los auténticos laboratorios involuntarios de la conversión del caduco sistema de DOs en España en algo mejor. Algo mas cercano a Francia, con autentico amor por la tipicidad extrema, la clasificación en función del lugar real, de la parroquia, de la finca. Que lejos queda el albariño "del año" que no envejecía, que solo servía para comer marisco, para ingerir por arrobas, por hectolitros, que se bebía helado (seis grados eran pocos para aquello), que no era ni pretendía ser distinto, marcar la diferencia. Aburrido. Mediocre.

Aquel Condes de Albarei era y representaba lo que se pretendía de el, en base a un diseño técnico-químico concreto, de carácter comercial. Lejos del terruño, de su respeto o de su representación simple en la botella. Vinos para vender vino. Vinos para pelear en el mercado, en la gran distribución, en la hostelería del día a día. Vinos mecánicos.

No pruebo Condes de Albarei desde 2010. Me cansé de intentarlo, supongo. No hablo de sus representaciones mas (supuestamente) elevadas; Pazo Bayon, elaborado en base a la uva del Pazo incautado al narcotrafico o Carballo Galego, del que sigo esperando que un día me emplace a probarlo con años de historia y hacer comparaciones. Del básico de la casa me cansé, hace años, igual que me cansé de otros, tan fácilmente identificables en cata ciega por sus características técnicas. No por su tipicidad.

Estoy seguro de que existirán innumerables voces en contra de mis apreciaciones, pero da igual. La evolución de los acontecimientos ha hecho que mi inicial desencanto para con esa uva, para con esa zona, se acabase convirtiendo en verdadera devoción. Creo en el futuro del albariño como el gran blanco de guarda y disfrute vertical en las próximas décadas. Y en los tintos Rías Baixas como el gran territorio del tinto popular que ayudará (por fin) a que los jóvenes se acerquen sin bobadas ni
Snobismos al vino en el que tantos creemos.
Ojalá.





* Fotos antiguas de este mismo blog.