miércoles, 20 de noviembre de 2019

En un mundo perfecto

En un mundo perfecto el vino no haría falta.

La esencia de la condición humana pasa por una suerte de lugares comunes que, vistos de uno en uno, son base de un modo de entender el mundo y sus vicisitudes. La honradez, la virtud, el sosiego, la dureza, el corazón como instrumento y no como órgano, la belleza... estos conceptos se retuercen alrededor de una realidad difícil de encajar en algo esencialmente puro; el capitalismo. Hacer vino cuesta dinero y se hace vino para ganar dinero. Se acabó la filosofía.

Al principio no lo entendí. Para mí, desde hace mucho, hay cosas que están por encima del dinero. El dinero no lo compra todo pero su obtención, gestión y uso son clave para lograr objetivos materiales y, en demasiadas ocasiones, también espirituales. Las frases diseñadas para explicar nuestra dependencia del dinero me dan la razón; "el dinero no da la felicidad", "no hay dinero que compre el amor verdadero". Está bien creer que esto es así, igual que es bonito que los niños crean en Papa Noel.... pero luego hay que crecer.

La realidad del vino que describí en "La Revolución del Vino" se ha visto ampliamente superada por los hechos. Y los hechos son... que la revolución no existe. Papa Noel entró por la chimenea y descubrió que lo esperaba la UDYCO que lo investigaba por blanqueo de capitales y narcotráfico. En la causa contra él sé personó también el PACMA por un supuesto cargo de maltrato animal y Green Peace por la contaminación derivada de entrar y salir de tantas chimeneas cada noche. Y se acabó el cuento. No existen las epopeyas épicas que cambian los paradigmas del día a día o revolucionan una generación. No existe la revelación de un secreto inherente a la condición humana dado a conocer a un don nadie como yo. Y no existen los revolucionarios del vino, en el sentido que yo y tal vez otros dos más quisimos dar a entender en obras literarias llamadas (unas más que otras) al ostracismo del tiempo. Existe, y este es un hecho indiscutible, el dinero y la necesidad de tenerlo, atesorarlo y usarlo en beneficio de uno y de sus familiares más cercanos para cosas tan poco espirituales como comer, vestir, viajar o ir al médico. Y para ganar dinero uno debe conseguirlo, bien directa o bien indirectamente. Y los elaboradores son de los de conseguirlo directamente.

Así que, una vez retiramos de la ecuación el componente derivado de la sensibilidad, el respeto, la emoción, el sentimiento y todas esas zarandajas que nos aporta una copa de vino cuando nos ponemos intensitos, lo que queda es dinero, pasta, money, parné. Ni más ni menos. Ni mucho menos.

El vino, en cualquiera de sus formas, es una pura conquista social. Milton Friedman, padre de la economía neoliberal, consideraba que cualquier forma de intrusión del estado en la economía solo podía llevar a esta al desastre. Pero luego, estaba de acuerdo en que el estado era el responsable de regular un componente básico de esa libertad del mercado: las crisis inflaccionarias. la acción del estado como garante del valor de la moneda era en su opinión fundamental para conseguir que la que denominaba "brecha inflaccionaria" se regulase y controlase cada vez que apareciese. Papá estado sirve si me da dinero para seguir jugando a los bancos.

De igual modo, yo mismo postulé que el vino debía costar en función de su nivel y calidad, garantizando así que no fuese preciso producir mucho para vender mucho, sin escalar el precio del vino en función de otros criterios. Hacer muy buen vino, pero en cantidades ínfimas, estaría así protegido por precios altos que nos guardarían de ver como ese mismo vino terminaba multiplicando por diez mil su cantidad de botellas para poder resultar viable a su productor. Una forma de egoísmo ciertamente mezquina, pero para nada nueva. Es el mantra de casi toda la moda de alta costura, de los restaurantes con 3 estrellas Michelin  o de los pescadores de angulas; hay poco, ergo, cobraré lo que me parezca dado que siempre, siempre, voy a tener una enorme demanda. Y mi producto lo vale.

¿Lo vale?.

El vino del que hablé en la Revolución en realidad no existía. Estaba instalado en un rincón de mi mente donde las personas se veían despojadas de su constructo.  Constructo es, en psicología, cualquier entidad hipotética de difícil definición dentro de una teoría científica. Un constructo es algo de lo que se sabe que existe, pero cuya definición es difícil o controvertida. Y yo dije que era una revolución. Dije que habría cambios, que algo pasaba y que era bueno. Dije que existían trincheras, bandos, frentes y posiciones, sin caer en que mi papel fue, únicamente, el del personaje de "La Bodega" de Noah Gordón. Alguien empeñado en creer que está llamado a un fin último que va más allá de su minúscula existencia humana, hasta que descubre que lo mejor que podía hacer lo hizo casi al principio del libro, cuando descubrió aquel viñedo y aquella cava bajo tierra y se entregó a ella.

El vino de la revolución lo laminaron los "Matadores", los maestros del marketing y el esnobismo de los que hablaron de ella en televisión (los mismos de siempre, pero en chaleco y camisa de franela). Lo que era "caldo" siguió siéndolo y lo que era bueno se renombró para seguir siéndolo. Hablamos de como dar a conocer el vino a los más jóvenes olvidando que el vino es la bebida más compleja, trabajosa y esquiva del mundo para descubrir y disfrutar. No es para jóvenes, ni tienen ganas ni tiempo para apreciarlo. Los de la cerveza se dieron cuenta de ello y se fumaron la Revolución a base de sacar 3000 cervezas en 5 años. Ala, andando. Así se hace una revolución. Quemando, tirando, pisoteando y elevando a los altares algo nuevo, sea bueno o no.

Olvidamos que la revolución de Adriá la hicieron el y otros a base de cagarse en lo que había, denostándolo o ignorándolo mientras hablaban maravillas sobre los "orígenes" y los "padres" de todo aquello, pero haciendo algo absolutamente nuevo y distinto. Y, mientras los anteriores, denostados y olvidados, se quejaban en sus academias y organizaciones decimonónicas, ellos siguieron y cobraron. Cobraron lo que les salió de los cojones y quién quiso lo pagó y al final no quedaron más narices que decir que el nuevo establishment, la nueva nobleza cocinera, la nombraban Adriá, Andoni Luis o Berasategui. ¿Acaso no se cocinaba en restaurantes en España hasta los 90?... para nada, pero; ¿podría cualquiera encontrar los nombres de 10 cocineros de los 60 y 70 en este país?... difícil, ¿eh?. Como en toda revolución, para empezar con lo nuevo hay que acabar con lo anterior, sin aspavientos, sin ensañamientos, pero hay que hacerlo. Y aquí, seguimos instalados en la "Peñingología", las listas de "los mejores" y la marquitis que nos hace retroceder al siglo XIX a cada paso. Un ejemplo

El "orange wine" no existe hasta que lo ha vuelto a inventar Martín Codax. ¿No lo habéis leído?, es así y nadie lo puede rebatir. Es obvio que nada pasa hasta que el jefe de prensa de una bodega de millones de euros de facturación lo decide. Vosotros lleváis años diciendo que bebéis orange wine y no es cierto joder... sois una banda.
En una revolución, el día en que Martín Codax comete la desfachatez de presentar esto como una novedad, un revolucionario auténtico acude al acto y le escupe a la botella mientras grita algo del tipo "Esta cooperativa es un fraude¡", o "dejad de beber detergente para el lavavajillas", mientras que lo arrastran los de seguridad. Al día siguiente, los diarios underground en Internet sacarían fotos del individuo en cuestión mientras en La Razón o en otro panfleto publicarían algo del tipo "Un demente trata de deslucir el lanzamiento del nuevo vino de MC sin conseguirlo" y pontificarían sobre la no violencia y lo acertado de que MC se dedique a descubrir este tipo de vinos antes que nadie, sacándolos así del ostracismo. Luego, al pasar la página, veríamos a toda plana un anuncio de Martín Codax con la imagen de su nuevo vino.... "Alabado sea el fruto, Amén"

Nada de esto va a pasar y tampoco creo que sirviese de mucho pero... ¿y las risas?.

Una revolución quiere que la respeten y que la hagan aquellos que estén dispuestos a admitir, primero, que se apuntaron a todo esto para llegar a fin de mes, crear una familia y vivir de algo que no fuese un casillero en una oficina o jugarse la vida en una obra. Algo con poesía, identidad propia y que conllevase una pasión. Un trabajo que pareciese, remotamente, una acción humana consciente y no otro gesto destinado al olvido de las próximas generaciones. 
Porque en un mundo perfecto merecería que existiera el vino. Pero no "este" vino. Merecería uno de los que bebemos en ocasiones, presos de esa nostalgia autocomplaciente que tanto nos gusta defender.

La revolución será sangrienta o no será. Porque, en un mundo imperfecto, como este, el vino es imprescindible para la vida. Y morimos, a cada copa, un poco más.






* Fotos: De los vinos catados en el Ranking Independiente de Vinos, aun cubiertos y anónimos. De una copa de un orange wine de verdad, no como el de la bodega industrial citada más arriba. De una botella de Tinta Femia de O Morrazo que nunca, jamás, será un vino rentable. Por eso me gusta...

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Aún creo

Al principio todo era verdad, pero luego descubres.

El motivo de esta nueva escaramuza es que no tengo a donde ir. No puedo acudir a los sospechosos habituales porque están hartos de mi auto-compadecimiento y mi displicencia. No puedo acudir a los mios porque no se lo merecen. No puedo volver sobre mis pasos porque he olvidado de donde venía. Y, dado que solo se hacer bien una cosa, lo suyo es que escriba sobre mi alma en el único lugar donde he podido hablar de ella desde la verdad, mi verdad, esta autodestructiva y complaciente verdad.

Cuando empecé a escribir sobre vino lo hice desde el más puro y profundo desconocimiento. La ignorancia que exhibía fue legendaria. No sabía nada sobre vino, al menos nada real, nada auténticamente cierto y sometido al más mínimo escrutinio. Escribía sin saber pero, sobre todo, escribía sin deber. Lo hacía usando las herramientas que tenía a mi alcance; la comparativa, el contraste, la investigación. Herramientas que usé como periodista pero que, por alguna razón, no me devolvían nada positivo cuando tenía que hablar de vino. Instalados en el tópico y la frase vacía, los escritores de vino y gastronomía usaban una lista claramente definida de adjetivos para todos sus textos, hablasen de lo que hablase. Lugares comunes, frases vacías; "cocina asequible", "menú de excepción", "cocina llena de color", "elegante", "sobrio", "distinguido"... leyese lo que leyese, escribiera lo que escribiera, todo me llevaba a un soporífero territorio de lo negro, de lo conocido y de lo aburrido. Y si se trataba de hablar de vino...

"Se dice con frecuencia que un mito nace cuando el sujeto muere en su momento de gloria. Si nos referimos a (...), el vino no ha muerto, está más vivo que nunca. La mitificación de esta bodega no nace como resultado de un éxito comercial, sino porque los españoles somos capaces de despedazar una historia de triunfos y dejarnos seducir por el desplante o por la falsa humildad."... Aha...
"mito", "gloria", "el vino...está mas vivo que nunca", "historia de triunfos"... ni una mala palabra, ni un gesto de simple rendición al hecho mismo del interés comercial del proyecto, de la naturaleza humana de los que lo elaboran, de porqué lo hacen, de como lo hacen y a santo de que... nada.

Una enorme extensión de absurda nada recorría y recorre el mundo de la crítica de vinos y de la gastronómica hasta la aparición de los blogs, los foros y de toda aquella exultante región de personajes que durante un lustro más o menos campó a sus anchas por la red: Espeto, Ligasalsas, Diletante and friends, Mileurismo.... los hubo más mediáticos, pero nunca más verdaderos. Se bebían, se comían lo que decían y hablaban de ello. Sin más, sin menos. Pero todo acaba y, al acabar, termina.

No voy a deciros que escribí muchas cosas de las que me arrepiento porque no sería cierto. Escribí sobre cosas que creía erróneas y sobre otras que me transformaron y en no pocos casos, el tiempo me ha quitado la razón. Donde vi bondad solo hubo manipulación, donde vi verdad solo hubo estrategia. Pero, al tiempo, de entre el marasmo habitual de personas y personajes emergió también un puñado de elementos que merecen y merecerán siempre mi mayor aprecio: Xurxo, Rodri, Rafa, Abel, Loncho... por motivos y en dimensiones diferentes, ocupan un lugar en mi imaginario.

Porque esta suerte de "realismo mágico" en que el que me moví para definir a donde me llevó el vino en aquel momento surge de un lugar bastante recóndito en mi interior. De las grietas en mi mente por las que escapa esa suerte de demencia que me acompleja y me hunde. Grietas que se sumergen en un lugar muy profundo y que, como raíces, anidan en mi psique y me destruyen.

Se que escribo bien. Que carajo, escribo muy bien. Soy la ostia escribiendo. No hablo de sintaxis ni ortografía, donde soy un absoluto desastre. Hablo de sembrar semillas. Hablo de describir lugares donde yo he estado pero que pueden ser desconocidos para otros. De definir Albamar 2011 como una suerte de orilla a donde regresar. De definir a un tinto rías baixas como la consecuencia de un espíritu y de ir más allá de los "vinos atlánticos" para decir que la merenzao es la sangre roja del Xil, de la Dena o de la Ribadumia infantil de Rodri, de Loncho o de Xurxo. Usar las palabras como saetas, como lanzas y estiletes con los que ensartar, pinchar y doblegar la comodidad y la falta de espíritu de una generación de escritores que nunca debieron describir un vino, más allá del Siglo Saco. No escribir para hacer amigos sino para adorar a genios, a diosas de la elaboración.

Ir a donde solo Portela y un puñado de rojos peligrosos como él han podido ir. A ese lugar del vino o de la gastronomía a donde solo un puñado de osados navegantes han querido viajar. Mi primera comida en Pepe Vieira, mi primer bacalao en la Menduiña, acompañado de Abel Mendoza Malvasía de 2005, mi primera botella de Solar de Líbano Rva. del 95, mi primer albariño de 30 años... ¿cómo describir la felicidad desde la ignorancia?

Ahora que transito por estos lodos de desesperación y dolor constante recuerdo porqué me apunté a esta guerra. Quería decir, quería contar e ir "más allá" de la crítica vacía y acomodaticia de Peñín y compañía. Ir más allá de "Descubrimos el mejor blanco de España: es un txacolí" o de "Los 10 mejores vinos que encontraras en un Aldí te sorprenderán"... nos ha jodido, te sorprenderán y te servirán para limpiar el parqué de las habitaciones.

Describir un rioja como "un showroom de IKEA" o definir como a "Batman" a un cierto presidente de una DO por llevar capa negra quizá fue excesivo. Pero, en la era del "troleo" en televisión en prime time, en los tiempos del twitter del odio y el resentimiento más profundos me pregunto si no fui incluso blando con quien mereció alguna crítica por mi parte. No me arrepiento, lo repito, por algunas cosas y sigo creyendo que otras merecerían condena penal, pero, a riesgo de parecer converso, me callaré.

En estas lineas motivadas por la tristeza y la vergüenza me pregunto si estuvo bien escribir "La Revolución..." para que nada cambie. Si hice bien en demostrar mi pleitesía a ciertos autores para luego descubrir como la desesperación o la ambición, quien sabe, los ha llevado a pagar por medallas y lisonjas. Me pregunto si quien gasta en que lo coronen merecía mi beneplácito, mi apoyo y mi abrazo fraterno, sobre todo cuando sus vinos sobrevuelan este mundo de mediocridad como un pájaro, libres y valientes, mucho más que su autor. Vinos sinceros elaborados por una persona aparentemente temerosa y necesitada de aprecio.

Escribo para no morir en mi propio olvido. Es triste, pero es certero decir que no me reconozco por las mañanas cuando, tras un enorme esfuerzo, consigo ponerme en pie. No lo hago por mí, vive Dios, pero lo hago. Y en mis ojos tristes y oscuros solo veo los recuerdos de un tiempo en que mi alma subió a una altura inmerecida y me dejó atrás para no volver. Solo y agotado, a un paso del precipicio en que me lanzo cada noche mientras lloro en la oscuridad y recuerdo que una vez fui grande y mi sombra me obliga y se ríe de mi suerte. Porque hubo un tiempo en que fui quien de probar vinos que me superaron y que son ya algo más que meros transmisores de emoción. Vinos de suerte, de vida y de historia. Vinos que son partes del cuerpo, pies, manos, lenguas y ojos. Vinos puros, dóciles, enérgicos, viriles o femeninos, que viajan a años luz de distancia de este mundo ruin y distraído.


En esos vinos estuve y quizá ya nunca volveré a estar. Porque no soy nada más que un despojo. Porque no merezco la vida que he vivido. Porque me muero sin morir. Porque me canso sin trabajar, sin luchar, sin caminar. Porque me duele sin querer. Porque soy solo una llaga abierta que lucha por cerrarse y avanzar. Porque soy bipolar. Porque me falta creer en que hay algo más allá de este día, de esta hora, de este clic.

Y sin embargo, creo. Aún creo.



martes, 25 de septiembre de 2018

La teoría

Seguro que hay un buen número de vosotros que no ha visto "Arrival" ("La Llegada" en su traducción siempre poco meditada al castellano).
De hecho, si seguimos la lógica del guión de Eric Heisserer  basado en el relato "La historia de tu vida" (Story of Your Life) de Ted Chiang, lo primero sería saber cuantos sois "vosotros". Según la estadística de google para este blog, la media de páginas vistas por día ronda los 200 usuarios, lo que más o menos quiere decir que, dependiendo del post, aproximadamente 150 personas ven y tal vez leen mis tribulaciones aquí descritas. En otros tiempos fueron más de 500 personas, pero nunca está bien fijarse en el pasado como base para hacer planes de futuro.

El asunto es que vosotros, seáis los que seáis, tenéis por costumbre leer. Dentro de vuestras lecturas, leéis en Internet y dentro de Internet me leéis en ocasiones a mi. Y eso implica intención.

Volviendo a "Arrival" y sin ánimo de hacer spoiler si os diré que el concepto usado por los autores es lo bastante revolucionario y atractivo como para merecer una atención especial y servir, en mi caso, como base de desarrollo para algo. Algo grande, algo decisivo y algo lo bastante importante como para provocar cambios a medio y largo plazo en el mundo del vino. Si, algo así.




Premisas.
Es importante tener claros algunos axiomas o máximas si queremos que se entienda a donde queremos llegar con todo esto. Así que, al estilo del descuartizador de Rostock, "vayamos por partes"

Primero. El vino es algo más que un producto de consumo. Creo que a estas alturas es asumible por todo el mundo que el vino, para ser tenido en cuenta como el resultado de la acción específica de la mano del hombre, debe ser "algo más" que el puro resultado de una serie de combinaciones químicas. Entendiendo que para lograr "un buen vino" lo necesario no va mucho más allá de:

- un viñedo
- unos medios técnicos
- unos medios biológicos
- unos conocimientos,

si es también entendible que para hacer "un gran vino", es preciso algo más. Pero, ¿que más?.

Segundo. Si lo que se necesita para diferenciar un cuadro de una gran obra pictórica o un edificio de una obra arquitectónica de Le Corvusier pasa por ese "intangible" al que algunos llaman genialidad, asumamos que para hacer "un gran vino" necesitamos algo de ese intangible. Y yo postulo que ese elemento "uncontable" es la capacidad humana para "leer la viña". Definámoslo:

Leer la viña es el poder de ciertos hombres y mujeres para entender la relación intrínseca que existe entre la cepa, la variedad, el suelo y la meteorología local. Esa relación especial, debidamente interpretada y transmitida al vino es la que identifica el famoso "terroir" del que muchos hablan y es, en si misma, una cualidad única de ciertos individuos y no es, ojo con esto, transmisible a un producto de forma masiva. Por la misma razón que el número de obras de arte memorables o de edificios legendarios es finito, el número de botellas en las que uno o una puede expresar su capacidad  para "leer" la viña no puede tender a millones sino más bien a decenas de miles.

Por otra parte, este intangible no se mide de forma efectiva sino es asumiendo otras cosas. Y aquí voy con el siguiente paso que explica el porqué de este despliegue teórico-filosófico de hoy que para muchos será pesado y para otros muchos interesante. ¿Como medimos/calificamos un vino cuando una parte del mismo depende de un criterio que es, en esencia, imposible de medir?.

Tercero. Yo creía, en pasado, que no era medible. Creía, desde mi punto de vista, que no se puede medir la "genialidad" desde la ceguera (catar a ciegas) o desde una cifra cuando hay tanto que cuantificar y cualificar y tan pocos criterios a los que acudir para calibrar esa medida... pero estaba equivocado. Lo estaba.

Se puede medir siempre que exista un criterio para la medida así que si se puede medir la capacidad para "leer la viña", ergo se puede medir la capacidad para introducir esa habilidad en la botella y es posible calibrar y cuantificar cuanto pesa esa capacidad en el resultado final. Se puede hacer y se hace. Es puramente circular y así llego de nuevo al principio de este post.

Si a los cuatro criterios/necesidades que expresaba más arriba, imprescindibles para hacer vino, unimos un quinto al que podemos llamar "terroirismo" (por ejemplo, aunque no es un gran nombre) podremos conseguir un resultado final que nos de una idea genérica sobre la calidad/autenticidad/realidad de un cierto vino en una cierta bodega y de una cierta añada. Una cifra que nos ofrezca una dimensión siempre subjetiva, por supuesto, pero evaluable y medible y, sobre todo, neutral. Una cifra que salga de un criterio individual (obvio) pero partiendo de unos criterios justificables y evaluables de igual manera por otro individuo. Una especie de panel libre que incluya un intangible que, en realidad, no lo es.

Y cuarto. Esta forma "circular" de cata empieza donde termina. Porque cuando uno ve, por ejemplo, el color de un vino determinado ve cualidades propias de la variedad, de la zona o del proceso, pero también puede ver, por extensión, efectos directos de la acción humana y es esa parte de la cata la que debería pesar más que otras. El introducir criterios de valoración en base al uso o no de variedades autóctonas, del uso o no de determinadas técnicas intensivas, impropias de la zona y del vino en cuestión, forma parte de esa capacidad para entender el terroir como parte de un criterio siempre subjetivo pero, ojo, finalmente verdadero.

En resumen; un vino es calificable pero desde un nivel de independencia, credibilidad, ausencia de intereses cruzados o libertad muy difícil de ver hoy en día en nuestro entorno, al menos a nivel nacional. Solo un escrutinio a nivel local permitiría cierto grado de independencia y conocimientos de ese intangible al que me refiero como "terroirismo". Solo una proximidad de ese calibre puede dotar al o la catador/a de la suficiente capacidad como para entender, más allá de lo claro y de lo obvio, qué hace diferente a ese vino de otros elaborados con igualdad de viñedo, medios técnicos, medios biológicos y conocimientos. Un intangible que forma parte de un todo alrededor del que obran milagros algunos y algunas elegidos/as.

Leámoslo.