martes, 10 de enero de 2017

Vamos

Decía Nietzsche que "la verdad tiene forma y apariencia. Según sea la posición del observador la verdad puede ser entera, media o mentira. Y en algunos casos, incluso, ausente".

En gastronomía hay, como en casi todo, personas, entes y personajillos. Las personas, una minoría, atienden a criterios morales y éticos, incluso contra su propio interés. Los entes, como seres informes que son, atienden a intereses varios, sobre todo propios y, en no pocas ocasiones, contra criterios éticos y morales. Por último están los personajillos. estos, como la verdad, presentan varias formas; son verdaderos a medias, enteros o incluso son falsos. Hoy hablaremos de estos últimos.

Hay una verdad no escrita en el mundo del vino contra la que hace tiempo que nos vendría bien luchar porque, básicamente, es una verdad incierta. Si, vale, es un oxímoron.  Pero tal y como veréis más adelante, es probable que no me equivoque al definirlo así.
Se trata de la cata a ciegas. Ya he escrito sobre ella y dado mi opinión al respecto. Pero este acontecimiento reciente me hace volver sobre este mantra, carente en mi opinión de ningún valor científico y, por supuesto, de muy pocos valores éticos. Desde el punto de vista emotivo, catar a ciegas es, básicamente, la translación al mundo del vino del cuento del Vestido Nuevo del Emperador. Para los que no tuvisteis infancia, el cuento trata de un emperador vanidoso y esnob que gasta millones en ropa nueva y, por su propia vanidad, es engañado por un sastre bloguero de El País que le ofrece un vestido de un hilo tan especial que es invisible a ojos de todo el mundo salvo, claro, a los de los aduladores de la corte. Así consigue, resumiéndolo mucho, que el emperador acabe paseándose en pelota picada por las calles del reino, entre las risas de los pobres mortales, bebedores de coca-cola y vino de cartón, que ríen por la estupidez de su gobernante. Mientras, el sastre huye con los bolsillos llenos, claro está. En todos estos cuentos siempre sale ganando el mismo.


Este invento de El Comidista para el ex-periodico de izquierdas es un ejemplo de esto último.  Resulta que Isabelle Brunet cata a ciegas espumoso y cavas del super y sale que uno de los más ricos es también uno de los más baratos. El tal "Bach Extrisimo", un Penedes de pocos más de tres pavos en el super, le dijo a la buena de Isabell que se trataba de un cava "muy elegante" y que "tenía gracia". Le dio ocho puntos y medio sobre diez. El mejor de los nueve que probó. Tócate los pies.

De esta secuencia sale un debate en dos direcciones la mar de interesantes. Por un lado; ¿es de fiar la opinión de alguien cuando no refleja la realidad?. Si este cava era el mejor de los 9 y para una insigne catadora como esta señora se trataba de un vino "de los más complejos y los más untuosos del día", ¿que otras cosas aporta un Selosse de 150€ de los que a buen seguro si hay en la bodega de Monvinic?. El otro debate va en la linea de querer asimilar como es posible que alguien de los conocimientos y capacidades demostrados para la cata por la señora Brunet sea capaz de considerar que el mejor de los 9 era, probablemente, el brebaje más tóxico e infumable, el más retocado y masivo de los que se sirvieron en esa tanda. Una filial de Codorniu.
Y aquí es donde está el quid de la cuestión.

La cata a ciegas es una trampa. Lo es, claro está, no para los que son como nosotros, frikis de tomo y lomo que entienden que lo que la Sra. Brunet quiso decir es que, de esa muestra concreta de 9 cavas de medio pelo el menos infumable era el tal Bach. Es una trampa y de las gordas para todos los demás. Para los centenares, tal vez miles, que tras ver ese vídeo pueden tirar de cuñadismo y decir a quien quiera oírles que "la muchacha esta, que sabe un huevo de vinos caros, dijo en Internet que el Bach que te he traído, cuñado, es la rehostia!... así que saca de ahí esas mierdas tuyas y pon la copa flauta que vas a saber lo que es bueno".

Es evidente que para los reputados compañeros que llenarán de glamour y salsa el próximo concurso de cata por parejas del amigo Quin Vila no tienen ningún problema con la cata a ciegas. También es un hecho que los afamados catadores participantes en el mundial de cata a ciegas entienden de las virtudes de esta técnica para desentrañar las mejores cualidades y características de un buen vino. Lo que digo, y estoy convencido de ello, es que la cata a ciegas de vinos (o pseudo-vinos) en entornos inadecuados y condiciones difíciles, a manos de personajes como Mikel Iturriaga es solo otra herramienta más al servicio de los que desean desmontar eso del vino como quintaesencia de la calidad humana. Nada mejor que enseñar como el rey desnudo se pasea en pelota picada enseñando sus vergüenzas mientras cree, ufano, que viste un tejido de tal calidad y belleza que no está al alcance de los simples mortales. "¡Que sabrán ellos sobre dar con las notas de anís estrellado y zarzamora que nosotros detectamos en aquel vino del Jura!..."

Que sabrán ellos lo que es realmente un cava untuoso, elegante y complejo...¿no?.

La gracia de todo esto, si la hay, está en lo sencillo que es desmontar el mito de la cata a ciegas. Es lógico asumir que, si alguien ha sido capaz de utilizar licor de castaña o esencia de roble para dar a su vino un determinado estilo, por muy artificial que pueda resultar, ese alguien ha sido capaz también de disfrazar su artificio con la suficiente habilidad como para que alguien más o menos experto piense que está ante algo que no es lo que parece. La policía no es tonta. La misma capacidad que llevó a los técnicos a convertir el toque a plátano en parte de los aromas varietales de la Gamay, cuando jamas había sido tal, ha sido la que ha logrado que un brebaje con más o menos parecido a otros cavas de precios y calidades sensiblemente superiores parezca, a ojos de una experta, el menos malo de entre los malos.

Hace no mucho un loco dijo que; " Y es que el problema no son solo las personas. El problema es una mera cuestión de objetividad contra subjetividad...y de fe. Fe en que lo que allí se afirma (la puntuación, las estrellas, etc...) esa valoración única de un sujeto, es la medida real de la calidad de algo tan subjetivo como personas hay bebiendo vino en el universo. No es posible reducir a una cifra la humildad, la honestidad, la genialidad, el saber hacer, la lluvia, el frío, el sol, la nieve, el viento, la lucha contra los parásitos, la elección del día de la vendimia, la elaboración con todos sus innumerables aspectos y matices diferenciados. No.
Es un simple engaño, un juego de manos similar al de la religión. Tenga usted fe y obtendrá el perdón y la recompensa. ¿Y si no quiero tener fe o desconfío de quien me quiere guiar?, ¿y si solo soy un descreído hijo de puta, rebelde sin causa, al que le gusta probar y probar sin medida".

Yo no tengo demasiada fe en Isabell Brunet para medir calidades en el súper y no tengo la más mínima fe en Mikel Iturriaga para nada en absoluto. Tengo fe, si, en que un buen día alguien con verdadera capacidad y criterio tendrá al fin espacio en medios tradicionales para difundir el mensaje que algunos llevamos años tratando de hacer entender a gente como Iturriaga... que el vino es y está a años luz de las cortas entendederas de quien engaña y manipula, a años luz de los balances de cuentas de Codorniu y a una distancia sideral de todo lo efímero e impostado. Un buen día, ojalá, en El País hablará de vinos alguien con criterio.... ¡anda, si ya lo hace!. :-)

Ojalá algún día lo sigan tantos como hay y, al fin, el cuñado de turno lleve un vino realmente auténtico y verdadero a la próxima cena familiar. Ojalá.  


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Dale Louzán! qué bueno leerte de nuevo de manera continuada! me alegra que hayas vuelto a la senda! a ver cuando coincidimos con calma con vinos en la mesa.
Apertas.

Pedro

Víctor dijo...

No estoy de acuerdo. Bajo mi punto de vista, no se trata de una de una cata estrictamente ciega, pues la sumiller sabe en todo momento qué tipos de vinos va a catar y a qué público va dirigida la cata: un consumidor ocasional de vinos, no solo de los tranquilos, si no sobre todo de espumosos. Desde este momento, la sumiller se encuentra condicionada a la hora de realizar la cata y de dar las notas para estos vinos, no es su público normal, no tiene la necesidad de demostrar qué altos son sus conocimientos para alguien que seguramente ni entiende, ni quiere saber, le basta con tener para ese día del año un cava “decente” sin gastarse 150 € en un champán que seguramente no va a saber apreciar. ¿Qué esto lo único que hace es enaltecer el cuñadismo? Pues si, pero el cuñadito va a ser el cuñadito con o sin El Comidista.
Esto es como si le piden a Fernando Alonso que tras probar de entre 9 utilitarios, diga cuál es el que más le gusta. Elegirá uno o dos, les dará una nota dentro de lo que son en sí estos coches, y no por ello deja de ser mejor piloto ni se desvirtúa una prueba (una cata) de coches, ni mucho menos le vamos a ver conduciendo uno de esos coches (por muy bueno que diga que sea) en vez de su McLaren o Ferrari deportivo.